lunes, 28 de diciembre de 2020

CXCVI

Distancias...

Los dedos que no se tocan,
Los abrazos que no se dan,
Los besos que se evitan...

El cielo gris...
Las montañas y montañas
Llenas de palabras 
Que no se dicen.
El viento que se las lleva
                        Como polvo.

Distancias...
Silencios que hablan más 
Que sueños que jamás podrían cumplirse. 

Silencios que explican más
Que diez mil argumentos.

                         Dolor...

               Comprensión...

Distancias...

CXCV

Pronto me habré perdido en mis pensamientos,
Habré desaparecido por completo,
Entre burbujas de aire coloreado,
Entre vapores de imaginación, 
Entre lodo y piedras;
Desvanecida, me perderé en el viento.

Bastará un soplido suave y me habré ido,
Nada más que un az de luz en el aire
Y me habré perdido para siempre.

¿Qué les espera a los que no sueñan?
¿A los que no creen en el futuro?
¿A los forasteros?

A los que no tenemos una tierra
Y no pertenecemos a ningún lugar, 
Nos espera el olvido,
Siempre el olvido...

jueves, 24 de diciembre de 2020

Navi...dad...


 

Cuando abrió los ojos no era nada más que otro día igual que el anterior. El cielo gris, las voces en la ventana, los ruidos de la ciudad y los gritos de la madre en el primer piso. Era lo mismo todos los días, era la misma mierda de siempre todos los días. Era levantarse temprano, bañarse, vestirse, afeitarse y luego salir de la casa lo más pronto posible antes de que la madre le recordara que era el inútil de siempre y que podía largarse como siempre a hacer lo que sea que hiciera siempre, a donde sea que vaya siempre... los inútiles no tienen ese sentido de vida y la necesidad por ganarse algo que llevarse a la boca. Los inútiles no sirven más que para darle problemas a las madres que se preocupan innecesariamente por las vidas de esos inútiles para intentar meterles algo de sentido común que...

 

Cortó el hilo de sus pensamientos en ese momento...

 

Los gritos no eran los mismos de todos los días, estaban unidos a una cosa extraña... una música rara que llenaba de miel, caramelos, nueces y aroma dulzón a chocolate y leche. Panetón y castañas... Nada más que un día festivo y no era su cumpleaños.

 

Se levantó como pudo y a pesar de que se bañó, vistió y afeitó, no tuvo la suficiente velocidad para darse cuenta que el día festivo estaba allí y que no podría escapar ese día de su casa. La madre le miraba con el cucharón en la mano y esa cara que era una mezcla bizarra de rencor, ira y frustración unida a una ligera - muy ligera - ternura. Tenía un delantal en el frente de varios colores en los que predominaban el verde, el rojo y... los tintes blancos que parecían nevados.

 

"Navidad..." se le cruzó la palabra en la mente con cierta desesperanza.

 

Ya había sentido acercarse ese día durante todo el mes. Nadie sabía cuánto lo odiaba. Nadie sabía cuan horrible era ver a las personas a su alrededor y fingir sorpresa, o al menos un poco de alegría. Hipócritas todos...

 

Su hermana estaba al frente, le miraba con cara de "¿qué le pasa a este idiota?" mientras se maquillaba de mala gana y el padre estaba al frente, leyendo el periódico. Los perros jugaban en el suelo, la madre medio sonreía.

 

- y tú, inútil... te vas a quedar de pie ahí sin moverte un centímetro? - le dijo la hermana, mirándose a sí misma y admirándose en el espejo. Suspiro en el pecho, obligar a sus pasos a caminar hasta su silla. Unos buenos días a todos...

- va a venir tu abuela y tu tía... - dijo el padre con otro suspiro de resignación. Le sorprendía ver a ese hombre sentado allí, fingiendo tranquilidad cuando sabía que los gritos lo molestaban tanto como a él - así que te vistes adecuadamente.

- Yo me visto adecuadamente... - respondió sin hacer mucho alarde. Pero las greñas no estaban bien ordenadas sobre su cabeza y.… no se había lavado los dientes por bajar rápidamente al desayuno. Miró su plato... loza navideña. Miró el pan... y no había uno. La madre le alcanzó una taza con chocolate caliente y malvaviscos que sopló con suavidad. Le palmeó la cabeza y sonrió ligeramente.

 

Esa extraña calma le invadió por unos segundos llenando su pecho de una energía rara... tibia y que le daban ganas de llorar. Todo eso le trajo a la memoria las cenas navideñas de su infancia. Los regalos, los abrazos, los fuegos artificiales con sus primos que ahora le veían con desprecio por ser una rata. Las muñecas de su hermana, la sonrisa de su madre. El orgullo de su padre. Sintió que los ojos se le aguaban. Sintió la garganta cerrándosele... sintió...

a su perro mordiéndole los tobillos mientras le tiraba del pantalón.

 

Carraspeó levemente...

 

- ¿hoy vas a trabajar? - le dijo la madre. Él negó con la cabeza mientras bebía de su taza de chocolate - que bien... entonces estarás en casa...

 

Le hubiera gustado decir que se largaba del desprecio que sentían por él todos los días, le hubiera gustado decir que quería desaparecer... irse lo más lejos que sus pies le podrían llevar. Le hubiera gustado desaparecer antes de contestar a la pregunta de su madre. Pero le mantenía ahí sentado en su silla la fuerza de los recuerdos. Ahora veía bien a esas personas a su alrededor, sentados y fingiendo que les importaba un poco lo que su madre quería transmitirles, y sabía que ese esfuerzo que su hermana y su padre hacían era por complacer a la doña, quien a pesar de sus gritos y frases hirientes, a pesar de su mal caracter y la mala sazón, les amaba como a nadie.

 

Bajó la vista... suspiró. Pensó unos segundos, como siempre hacía cuando estaba tratando de decidir algo muy importante en la vida, y luego miró a la mujer que estaba allí, esperando con el cucharón en la mano a la respuesta.

 

- claro... ¿por qué no? - dijo con suavidad, sonriendo de lado - Navidad es para la familia... ¿no?

 


lunes, 7 de diciembre de 2020

2- Corazón Roto

 

“No quiero empezar esta carta con un reclamo, ni con una lágrima de rabia, ni siquiera con lamento bajito de mi corazón hecho trizas…”

Cuando ella empezó a escribir, las palabras no fluían como quería. Todo parecía forzado. Anotaba en su cuaderno rojo frase por frase y luego garateaba encima para borrar lo que había escrito, y lo hacía con tanta fuerza que parecía que no solo quería tacharlo en la hoja, sino también en sus labios, en sus pensamientos, en su mirada, en su mente, incluso en sus sueños. No podía encontrar una posición cómoda para la lapicera que había comprado especialmente para este momento que se había dado un año después de todo ese luto autoimpuesto. Entre sus dedos largos se perdían los hilos de su pensamiento, así como los dibujos erráticos que arañaban los bordes de las hojas en blanco, así también se perdían las líneas azules de la tinta líquida que parecían sangrar de sus propias uñas.

Ella sentía que era necesario abandonarlo todo y dejarlo atrás como lo que había sido, un amargo sueño que se había podrido en el camino, como si fuera una manzana a medio morder que alguien olvidó en la banca de un parque, oscura, mohosa, con los tenues dibujos de unos dientes desviados. Así había sido todo. Una canción triste que no quería volver a cantar, pero que no podía quitarse la tonada nunca. Esa historia que quería arrancarse era el reggaetón que se escuchaba en la combi cuando vas de un lado a otro de la ciudad. Ese que repiten como 3 veces en 20 minutos y se te pega en la cabeza hasta que te quieres arrancar los sesos. Ese que es tan horrible que no hallas otra forma de olvidarlo que cantándolo a voz en cuello para sudarlo como una gripe.

Alzó los ojos al techo de su habitación y después de un largo suspiro, algunos minutos en silencio y un juego de miradas con la araña muerta que colgaba de un costado, decidió levantarse de la cama, dejar de escribir en el cuaderno y salir a dar un paseo por la calurosa tarde llena de luz y de niños jugando en cada esquina de ese apretado barrio en el que las casas parecían estar construidas unas sobre otras sin ningún diseño, como quien apila cajas de zapatos. Los niños se mezclaban con los jardines, los gritos con los aullidos de los perros, la alegría de esos críos con su propia amargura.

Allí, caminando, se fijó que no era para tanto el detestar a los niños. Alguna vez había querido tener uno o dos… un par de mellizos para torturar con trajes iguales y peinados ridículos. A uno le pondría un arete en una oreja y al otro en la otra. Uno vestiría de azul y el otro de rojo. Ambos llevarían una cadenita en la mano izquierda con sus nombres para que no se pierdan, para que tengan algo que les pertenezca y, en secreto, para no confundirlos porque serían gemelos idénticos.

Apenas una sonrisa escapó de sus labios como un pajarillo que volaba al infinito.

Después de unos cuantos pasos bajo el sol, no hizo más que abrir su sombrilla, acomodarse los lentes oscuros y ponerse un cigarrillo entre los labios. Había dejado de fumar hace un año, pero no perdía la costumbre. No lo encendía, solo lo dejaba allí, que se pegara a la piel y luego arrancarlo con fuerza para ver como se le abrían las grietas que sangraban para mojar la colilla húmeda.

“Si tuviera que tomarme el tiempo para escribirte… lo haría mientras camino…” pensó secamente. Miró a los niños. Recordó a los hijos que no tendría. Se le hizo un nudo en el estómago. Frunció el ceño y siguió caminando. “Mis ideas fluyen más fácilmente mientras camino, pero huyen de mis manos en cuanto me siento a pensar en ti… Es como una peste. Como una enfermedad… puedo verte en todas partes pero no en mi propia cabeza. Casi no recuerdo tu voz, pero puedo oírte en todas las personas que me hablan”.

            ¿Señora, me puede pasar esa pelota? – escucha ella. Se gira, mira al mocoso y se levanta los lentes oscuros. Casi lo fulmina con la mirada.

            ¿Qué pelota? – le dice ella secamente.

            La que está allí… a su lado… - el niño no tendría más de 11 años. La miró confundido un instante y luego adelantó un par de pasos hacia ella.

“No soy señora…” pensó nuevamente. “Jamás lo seré…”

Bajó la vista y en su pie estaba apoyado un balón de futbol, de cuero, de esos que están hinchados por todas partes de lo viejos que son y de lo pateados que están. Recordó levemente a sus primos en su infancia, jugando con uno de esos y ella, pequeñita pequeñita, tapándose las orejas cuando los reventaban de una patada contra la pared del canchón.

“Tú no querías que nadie me llamara señora. Pero como te reías diciéndomelo todo el tiempo. Cada vez que sonreías, era como estar bajo el sol y yo no me quemaba…” Pensó ella mientras le daba un empujoncito a la pelota con el pie hacia el chiquillo despeinado y tostado por el sol que la miraba expectante. La pelota rodó lentamente hasta estar en los pies del niño que le sonrió murmurando un gracias entre dientes y se daba la vuelta para correr con sus amiguitos. Se giró apenas y se despidió con una mano. “Y cada despedida, te girabas tres veces a verme antes de llegar a la esquina de mi casa. En cada una levantabas la mano, me decías chau con los labios, me mandabas un beso volado y seguías caminando mientras ensayabas algún paso de baile que te acababas de inventar…”

El niño se giró hacia sus amigos y siguieron jugando. Ella se acomodó los lentes en la cara. Se abanicó apenas porque el aire estaba pesado y el sol caía incandescente sobre el suelo de cemento. El ambiente era casi irrespirable y con el cigarro en sus labios, sintió el deseo de tener un fósforo para encenderlo, fumar profundo, botar esas bocanadas de aire y dibujar aros.

“No puedo quejarme… Yo misma no he sido fiel a mis propias emociones. Cada vez que te recuerdo siento que algo se parte dentro, así que he mantenido hasta tu nombre apartado de mí. He eliminado a nuestros amigos, me aparté de tu familia e incluso de la mía para evitar que me pregunten por ti. Mantuve en secreto todo este tiempo como estaba y hasta me cambié de ciudad, inventando que había conseguido un trabajo mejor pagado… pero me engañé… engañé a todos.”

Se sentó en una banca del parque. Se quitó la bufanda que cubría su cuello solo para mirarse a sí misma esa enorme y fea cicatriz que cruzaba parte de su mentón y se hundía por en medio de su pecho. Solo para recordarse que esa noche ella conducía y él iba detrás, hablando por teléfono. La moto tambaleó un par de veces con duda y ella solo podía mantener el control apenas. Frenó suavemente para decirle que debía dejar de hablar al celular a quien sea que le llamaba porque eso la ponía nerviosa. Él se rió y guardó el teléfono. La abrazó por la espalda mientras ella retomaba la marcha… Ninguno de los dos reparó en los agujeros de la pista ni en el camión que cruzaba el óvalo. Ninguno de los dos tuvo tiempo de una palabra más…

“No soy señora…” Volvió a retomar sus pensamientos mientras pasaba a los niños jugando con la pelota y cedía por fin a entrar a una tienda a comprar cerillos. “Jamás lo seré…”. Ella apretó los dientes en cuanto entró a la tienda para mirar a la dueña que veía una novela tonta en televisión. La mujer se giró hacia ella y le miró con media sonrisa amable. Ella se obligó a sí misma a hablar. A pedir algo en voz alta. Casi no reconocía su propia voz. Pagó. Salió fuera. Encendió un cerillo y prendió su cigarro mientras se alejaba de los críos que gritaban un gol fallido y los otros se quejaban.

“No tendremos hijos… ni un departamento en la cima de un edificio, con terrazas gigantes. No cantaré jamás… y tú no tocarás la guitarra… y todo, absolutamente todo es tu culpa…”

Fumó profundo mientras se alejaba con una nube negra sobre su cabeza que relampagueaba y llovía mientras todo a su alrededor era sol y verano. Debajo de la sombrilla solo estaba la bruma del humo de cigarro, que la rodeó como si la extrañara por todo ese año que no había vuelto a fumar.

sábado, 5 de diciembre de 2020

CCXI




No es fácil vivir en mi piel. 
A veces miro al cielo y no encuentro
                                            el sentido. 


A veces miro al suelo, 
casi siempre miro al suelo, 
y no entiendo las mareas, 
no entiendo el modo de salir
del propio laberinto de mi cabeza, 
no encuentro la voz de Dios, 
la uña de su amor 
arañando el fondo de mi alma. 


A veces solo me siento perdida 
sin un abrazo de aliento.
Y entonces veo a mi alrededor, 
a gente que lo necesita más que yo
y quiero ayudarles. 


Pero... ¿Cómo, 
si yo me siento más quebrada 
                                por dentro?


Así que...
            Un suspirito azul
                        y a dormir
    Y a seguir viviendo mañana. 



Sesión XIV - Dormach

  Yo te vi suspirando como si nada pasara, como si sencillamente una sensación de alivio atravesara tu cuerpo de lado a lado, calentando tu ...