jueves, 24 de diciembre de 2020

Navi...dad...


 

Cuando abrió los ojos no era nada más que otro día igual que el anterior. El cielo gris, las voces en la ventana, los ruidos de la ciudad y los gritos de la madre en el primer piso. Era lo mismo todos los días, era la misma mierda de siempre todos los días. Era levantarse temprano, bañarse, vestirse, afeitarse y luego salir de la casa lo más pronto posible antes de que la madre le recordara que era el inútil de siempre y que podía largarse como siempre a hacer lo que sea que hiciera siempre, a donde sea que vaya siempre... los inútiles no tienen ese sentido de vida y la necesidad por ganarse algo que llevarse a la boca. Los inútiles no sirven más que para darle problemas a las madres que se preocupan innecesariamente por las vidas de esos inútiles para intentar meterles algo de sentido común que...

 

Cortó el hilo de sus pensamientos en ese momento...

 

Los gritos no eran los mismos de todos los días, estaban unidos a una cosa extraña... una música rara que llenaba de miel, caramelos, nueces y aroma dulzón a chocolate y leche. Panetón y castañas... Nada más que un día festivo y no era su cumpleaños.

 

Se levantó como pudo y a pesar de que se bañó, vistió y afeitó, no tuvo la suficiente velocidad para darse cuenta que el día festivo estaba allí y que no podría escapar ese día de su casa. La madre le miraba con el cucharón en la mano y esa cara que era una mezcla bizarra de rencor, ira y frustración unida a una ligera - muy ligera - ternura. Tenía un delantal en el frente de varios colores en los que predominaban el verde, el rojo y... los tintes blancos que parecían nevados.

 

"Navidad..." se le cruzó la palabra en la mente con cierta desesperanza.

 

Ya había sentido acercarse ese día durante todo el mes. Nadie sabía cuánto lo odiaba. Nadie sabía cuan horrible era ver a las personas a su alrededor y fingir sorpresa, o al menos un poco de alegría. Hipócritas todos...

 

Su hermana estaba al frente, le miraba con cara de "¿qué le pasa a este idiota?" mientras se maquillaba de mala gana y el padre estaba al frente, leyendo el periódico. Los perros jugaban en el suelo, la madre medio sonreía.

 

- y tú, inútil... te vas a quedar de pie ahí sin moverte un centímetro? - le dijo la hermana, mirándose a sí misma y admirándose en el espejo. Suspiro en el pecho, obligar a sus pasos a caminar hasta su silla. Unos buenos días a todos...

- va a venir tu abuela y tu tía... - dijo el padre con otro suspiro de resignación. Le sorprendía ver a ese hombre sentado allí, fingiendo tranquilidad cuando sabía que los gritos lo molestaban tanto como a él - así que te vistes adecuadamente.

- Yo me visto adecuadamente... - respondió sin hacer mucho alarde. Pero las greñas no estaban bien ordenadas sobre su cabeza y.… no se había lavado los dientes por bajar rápidamente al desayuno. Miró su plato... loza navideña. Miró el pan... y no había uno. La madre le alcanzó una taza con chocolate caliente y malvaviscos que sopló con suavidad. Le palmeó la cabeza y sonrió ligeramente.

 

Esa extraña calma le invadió por unos segundos llenando su pecho de una energía rara... tibia y que le daban ganas de llorar. Todo eso le trajo a la memoria las cenas navideñas de su infancia. Los regalos, los abrazos, los fuegos artificiales con sus primos que ahora le veían con desprecio por ser una rata. Las muñecas de su hermana, la sonrisa de su madre. El orgullo de su padre. Sintió que los ojos se le aguaban. Sintió la garganta cerrándosele... sintió...

a su perro mordiéndole los tobillos mientras le tiraba del pantalón.

 

Carraspeó levemente...

 

- ¿hoy vas a trabajar? - le dijo la madre. Él negó con la cabeza mientras bebía de su taza de chocolate - que bien... entonces estarás en casa...

 

Le hubiera gustado decir que se largaba del desprecio que sentían por él todos los días, le hubiera gustado decir que quería desaparecer... irse lo más lejos que sus pies le podrían llevar. Le hubiera gustado desaparecer antes de contestar a la pregunta de su madre. Pero le mantenía ahí sentado en su silla la fuerza de los recuerdos. Ahora veía bien a esas personas a su alrededor, sentados y fingiendo que les importaba un poco lo que su madre quería transmitirles, y sabía que ese esfuerzo que su hermana y su padre hacían era por complacer a la doña, quien a pesar de sus gritos y frases hirientes, a pesar de su mal caracter y la mala sazón, les amaba como a nadie.

 

Bajó la vista... suspiró. Pensó unos segundos, como siempre hacía cuando estaba tratando de decidir algo muy importante en la vida, y luego miró a la mujer que estaba allí, esperando con el cucharón en la mano a la respuesta.

 

- claro... ¿por qué no? - dijo con suavidad, sonriendo de lado - Navidad es para la familia... ¿no?

 


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