lunes, 28 de diciembre de 2020
CXCVI
CXCV
jueves, 24 de diciembre de 2020
Navi...dad...
Cuando
abrió los ojos no era nada más que otro día igual que el anterior. El cielo
gris, las voces en la ventana, los ruidos de la ciudad y los gritos de la madre
en el primer piso. Era lo mismo todos los días, era la misma mierda de siempre
todos los días. Era levantarse temprano, bañarse, vestirse, afeitarse y luego
salir de la casa lo más pronto posible antes de que la madre le recordara que
era el inútil de siempre y que podía largarse como siempre a hacer lo que sea
que hiciera siempre, a donde sea que vaya siempre... los inútiles no tienen ese
sentido de vida y la necesidad por ganarse algo que llevarse a la boca. Los
inútiles no sirven más que para darle problemas a las madres que se preocupan
innecesariamente por las vidas de esos inútiles para intentar meterles algo de
sentido común que...
Cortó el
hilo de sus pensamientos en ese momento...
Los
gritos no eran los mismos de todos los días, estaban unidos a una cosa
extraña... una música rara que llenaba de miel, caramelos, nueces y aroma
dulzón a chocolate y leche. Panetón y castañas... Nada más que un día festivo y
no era su cumpleaños.
Se
levantó como pudo y a pesar de que se bañó, vistió y afeitó, no tuvo la
suficiente velocidad para darse cuenta que el día festivo estaba allí y que no
podría escapar ese día de su casa. La madre le miraba con el cucharón en la mano
y esa cara que era una mezcla bizarra de rencor, ira y frustración unida a una
ligera - muy ligera - ternura. Tenía un delantal en el frente de varios colores
en los que predominaban el verde, el rojo y... los tintes blancos que parecían
nevados.
"Navidad..."
se le cruzó la palabra en la mente con cierta desesperanza.
Ya había
sentido acercarse ese día durante todo el mes. Nadie sabía cuánto lo odiaba.
Nadie sabía cuan horrible era ver a las personas a su alrededor y fingir
sorpresa, o al menos un poco de alegría. Hipócritas todos...
Su
hermana estaba al frente, le miraba con cara de "¿qué le pasa a este
idiota?" mientras se maquillaba de mala gana y el padre estaba al frente,
leyendo el periódico. Los perros jugaban en el suelo, la madre medio sonreía.
- y tú,
inútil... te vas a quedar de pie ahí sin moverte un centímetro? - le dijo la
hermana, mirándose a sí misma y admirándose en el espejo. Suspiro en el pecho,
obligar a sus pasos a caminar hasta su silla. Unos buenos días a todos...
- va a
venir tu abuela y tu tía... - dijo el padre con otro suspiro de resignación. Le
sorprendía ver a ese hombre sentado allí, fingiendo tranquilidad cuando sabía
que los gritos lo molestaban tanto como a él - así que te vistes adecuadamente.
- Yo me
visto adecuadamente... - respondió sin hacer mucho alarde. Pero las greñas no
estaban bien ordenadas sobre su cabeza y.… no se había lavado los dientes por
bajar rápidamente al desayuno. Miró su plato... loza navideña. Miró el pan... y
no había uno. La madre le alcanzó una taza con chocolate caliente y malvaviscos
que sopló con suavidad. Le palmeó la cabeza y sonrió ligeramente.
Esa
extraña calma le invadió por unos segundos llenando su pecho de una energía
rara... tibia y que le daban ganas de llorar. Todo eso le trajo a la memoria
las cenas navideñas de su infancia. Los regalos, los abrazos, los fuegos
artificiales con sus primos que ahora le veían con desprecio por ser una rata.
Las muñecas de su hermana, la sonrisa de su madre. El orgullo de su padre.
Sintió que los ojos se le aguaban. Sintió la garganta cerrándosele... sintió...
a su
perro mordiéndole los tobillos mientras le tiraba del pantalón.
Carraspeó
levemente...
- ¿hoy
vas a trabajar? - le dijo la madre. Él negó con la cabeza mientras bebía de su
taza de chocolate - que bien... entonces estarás en casa...
Le
hubiera gustado decir que se largaba del desprecio que sentían por él todos los
días, le hubiera gustado decir que quería desaparecer... irse lo más lejos que
sus pies le podrían llevar. Le hubiera gustado desaparecer antes de contestar a
la pregunta de su madre. Pero le mantenía ahí sentado en su silla la fuerza de
los recuerdos. Ahora veía bien a esas personas a su alrededor, sentados y
fingiendo que les importaba un poco lo que su madre quería transmitirles, y
sabía que ese esfuerzo que su hermana y su padre hacían era por complacer a la
doña, quien a pesar de sus gritos y frases hirientes, a pesar de su mal
caracter y la mala sazón, les amaba como a nadie.
Bajó la
vista... suspiró. Pensó unos segundos, como siempre hacía cuando estaba
tratando de decidir algo muy importante en la vida, y luego miró a la mujer que
estaba allí, esperando con el cucharón en la mano a la respuesta.
-
claro... ¿por qué no? - dijo con suavidad, sonriendo de lado - Navidad es para
la familia... ¿no?
lunes, 7 de diciembre de 2020
2- Corazón Roto
“No quiero empezar esta carta con un reclamo,
ni con una lágrima de rabia, ni siquiera con lamento bajito de mi corazón hecho
trizas…”
Cuando
ella empezó a escribir, las palabras no fluían como quería. Todo parecía
forzado. Anotaba en su cuaderno rojo frase por frase y luego garateaba encima
para borrar lo que había escrito, y lo hacía con tanta fuerza que parecía que
no solo quería tacharlo en la hoja, sino también en sus labios, en sus
pensamientos, en su mirada, en su mente, incluso en sus sueños. No podía
encontrar una posición cómoda para la lapicera que había comprado especialmente
para este momento que se había dado un año después de todo ese luto
autoimpuesto. Entre sus dedos largos se perdían los hilos de su pensamiento,
así como los dibujos erráticos que arañaban los bordes de las hojas en blanco,
así también se perdían las líneas azules de la tinta líquida que parecían
sangrar de sus propias uñas.
Ella
sentía que era necesario abandonarlo todo y dejarlo atrás como lo que había
sido, un amargo sueño que se había podrido en el camino, como si fuera una
manzana a medio morder que alguien olvidó en la banca de un parque, oscura,
mohosa, con los tenues dibujos de unos dientes desviados. Así había sido todo.
Una canción triste que no quería volver a cantar, pero que no podía quitarse la
tonada nunca. Esa historia que quería arrancarse era el reggaetón que se
escuchaba en la combi cuando vas de un lado a otro de la ciudad. Ese que
repiten como 3 veces en 20 minutos y se te pega en la cabeza hasta que te
quieres arrancar los sesos. Ese que es tan horrible que no hallas otra forma de
olvidarlo que cantándolo a voz en cuello para sudarlo como una gripe.
Alzó los
ojos al techo de su habitación y después de un largo suspiro, algunos minutos
en silencio y un juego de miradas con la araña muerta que colgaba de un
costado, decidió levantarse de la cama, dejar de escribir en el cuaderno y
salir a dar un paseo por la calurosa tarde llena de luz y de niños jugando en
cada esquina de ese apretado barrio en el que las casas parecían estar
construidas unas sobre otras sin ningún diseño, como quien apila cajas de
zapatos. Los niños se mezclaban con los jardines, los gritos con los aullidos
de los perros, la alegría de esos críos con su propia amargura.
Allí,
caminando, se fijó que no era para tanto el detestar a los niños. Alguna vez
había querido tener uno o dos… un par de mellizos para torturar con trajes
iguales y peinados ridículos. A uno le pondría un arete en una oreja y al otro
en la otra. Uno vestiría de azul y el otro de rojo. Ambos llevarían una
cadenita en la mano izquierda con sus nombres para que no se pierdan, para que
tengan algo que les pertenezca y, en secreto, para no confundirlos porque
serían gemelos idénticos.
Apenas
una sonrisa escapó de sus labios como un pajarillo que volaba al infinito.
Después
de unos cuantos pasos bajo el sol, no hizo más que abrir su sombrilla, acomodarse
los lentes oscuros y ponerse un cigarrillo entre los labios. Había dejado de
fumar hace un año, pero no perdía la costumbre. No lo encendía, solo lo dejaba
allí, que se pegara a la piel y luego arrancarlo con fuerza para ver como se le
abrían las grietas que sangraban para mojar la colilla húmeda.
“Si tuviera que tomarme el tiempo para
escribirte… lo haría mientras camino…” pensó secamente. Miró a los niños. Recordó a
los hijos que no tendría. Se le hizo un nudo en el estómago. Frunció el ceño y
siguió caminando. “Mis ideas fluyen más
fácilmente mientras camino, pero huyen de mis manos en cuanto me siento a
pensar en ti… Es como una peste. Como una enfermedad… puedo verte en todas
partes pero no en mi propia cabeza. Casi no recuerdo tu voz, pero puedo oírte
en todas las personas que me hablan”.
‒
¿Señora, me puede pasar esa pelota? – escucha ella. Se gira, mira al
mocoso y se levanta los lentes oscuros. Casi lo fulmina con la mirada.
‒
¿Qué pelota? – le dice ella secamente.
‒
La que está allí… a su lado… - el niño no tendría más de 11 años. La
miró confundido un instante y luego adelantó un par de pasos hacia ella.
“No soy señora…” pensó nuevamente. “Jamás lo seré…”
Bajó la
vista y en su pie estaba apoyado un balón de futbol, de cuero, de esos que
están hinchados por todas partes de lo viejos que son y de lo pateados que
están. Recordó levemente a sus primos en su infancia, jugando con uno de esos y
ella, pequeñita pequeñita, tapándose las orejas cuando los reventaban de una
patada contra la pared del canchón.
“Tú no querías que nadie me llamara señora.
Pero como te reías diciéndomelo todo el tiempo. Cada vez que sonreías, era como
estar bajo el sol y yo no me quemaba…” Pensó ella mientras le daba un empujoncito a
la pelota con el pie hacia el chiquillo despeinado y tostado por el sol que la
miraba expectante. La pelota rodó lentamente hasta estar en los pies del niño
que le sonrió murmurando un gracias entre dientes y se daba la vuelta para
correr con sus amiguitos. Se giró apenas y se despidió con una mano. “Y cada despedida, te girabas tres veces a
verme antes de llegar a la esquina de mi casa. En cada una levantabas la mano,
me decías chau con los labios, me mandabas un beso volado y seguías caminando
mientras ensayabas algún paso de baile que te acababas de inventar…”
El niño
se giró hacia sus amigos y siguieron jugando. Ella se acomodó los lentes en la
cara. Se abanicó apenas porque el aire estaba pesado y el sol caía
incandescente sobre el suelo de cemento. El ambiente era casi irrespirable y
con el cigarro en sus labios, sintió el deseo de tener un fósforo para
encenderlo, fumar profundo, botar esas bocanadas de aire y dibujar aros.
“No puedo quejarme… Yo misma no he sido fiel
a mis propias emociones. Cada vez que te recuerdo siento que algo se parte
dentro, así que he mantenido hasta tu nombre apartado de mí. He eliminado a
nuestros amigos, me aparté de tu familia e incluso de la mía para evitar que me
pregunten por ti. Mantuve en secreto todo este tiempo como estaba y hasta me
cambié de ciudad, inventando que había conseguido un trabajo mejor pagado… pero
me engañé… engañé a todos.”
Se sentó
en una banca del parque. Se quitó la bufanda que cubría su cuello solo para
mirarse a sí misma esa enorme y fea cicatriz que cruzaba parte de su mentón y
se hundía por en medio de su pecho. Solo para recordarse que esa noche ella
conducía y él iba detrás, hablando por teléfono. La moto tambaleó un par de
veces con duda y ella solo podía mantener el control apenas. Frenó suavemente
para decirle que debía dejar de hablar al celular a quien sea que le llamaba
porque eso la ponía nerviosa. Él se rió y guardó el teléfono. La abrazó por la
espalda mientras ella retomaba la marcha… Ninguno de los dos reparó en los
agujeros de la pista ni en el camión que cruzaba el óvalo. Ninguno de los dos
tuvo tiempo de una palabra más…
“No soy señora…” Volvió a retomar sus
pensamientos mientras pasaba a los niños jugando con la pelota y cedía por fin
a entrar a una tienda a comprar cerillos. “Jamás
lo seré…”. Ella apretó los dientes en cuanto entró a la tienda para mirar a
la dueña que veía una novela tonta en televisión. La mujer se giró hacia ella y
le miró con media sonrisa amable. Ella se obligó a sí misma a hablar. A pedir algo
en voz alta. Casi no reconocía su propia voz. Pagó. Salió fuera. Encendió un
cerillo y prendió su cigarro mientras se alejaba de los críos que gritaban un
gol fallido y los otros se quejaban.
“No tendremos hijos… ni un departamento en la
cima de un edificio, con terrazas gigantes. No cantaré jamás… y tú no tocarás
la guitarra… y todo, absolutamente todo es tu culpa…”
Fumó
profundo mientras se alejaba con una nube negra sobre su cabeza que
relampagueaba y llovía mientras todo a su alrededor era sol y verano. Debajo de
la sombrilla solo estaba la bruma del humo de cigarro, que la rodeó como si la
extrañara por todo ese año que no había vuelto a fumar.
sábado, 5 de diciembre de 2020
CCXI
casi siempre miro al suelo,
y no entiendo las mareas,
no entiendo el modo de salir
del propio laberinto de mi cabeza,
no encuentro la voz de Dios,
la uña de su amor
arañando el fondo de mi alma.
sin un abrazo de aliento.
Y entonces veo a mi alrededor,
a gente que lo necesita más que yo
y quiero ayudarles.
si yo me siento más quebrada
por dentro?
Un suspirito azul
y a dormir
Y a seguir viviendo mañana.
Sesión XIV - Dormach
Yo te vi suspirando como si nada pasara, como si sencillamente una sensación de alivio atravesara tu cuerpo de lado a lado, calentando tu ...
-
Corazón roto y las alas quebradas. Amar tanto y tan profundo que duele. Los versos se escriben solos...
-
“No quiero empezar esta carta con un reclamo, ni con una lágrima de rabia, ni siquiera con lamento bajito de mi corazón hecho trizas…” C...
-
Las flechas rotas aún vuelan sin destino siguiendo a la nada que las consume, las flechas rotas son nada, somos nada, y, en medio de es...